Nuestra vida cambió para siempre, eso es obvio, el mundo entero lo sabe. Para mí el primer trimestre de 2020 fue como una serie de olas en un mar picado que me revolcaron y rasparon. Hubo acontecimientos importantes además de la pandemia que me enseñaron a respirar más profundo. El calendario dio una vuelta completa y nosotros encerrados. Lo recuerdo muy bien porque cancelé mi festejo de cumpleaños 40 cuando comenzaba el confinamiento y en 2021 ni me cruzó por la mente hacer planes.
En temas más existenciales, fue también hace un año que en un ejercicio de evaluar diferentes caminos, de escribir pros y contras en papel sobre aquello que me apasiona y para lo que considero que tengo habilidades, elegí hacer pan. Tardé semanas en decidirlo, pero una vez que lo hice, no he tenido dudas.
Hice un Strudel de manzana para mi cumpleaños, porque aunque encerrados mi esposo y yo, quería saborear algo dulce y que no pasara desapercibido el día. De ahí me seguí explorando una receta tras otra. Mi cuñada me compartió los ingredientes de sus polvorones; probé hacerlos de dos tamaños, los dejé redondos, los aplasté con tenedor; calculé costos, les puse precio y quedó listo mi primer producto.
En aquellos días, prácticamente todos los residentes del fraccionamiento en donde vivíamos en Calimaya, estábamos en casa. En esa etapa de la pandemia, nuestras mayores e insignificantes preocupaciones eran el ancho de banda y que no acordonaran el parque para poder salir a caminar. Entré a cuanto chat pude y de pronto vi que vivía en una aldea de comercio auto sustentable.
Fue entonces cuando me surgió la idea de vender por whats mis galletas para generar ingresos y mantenerme activa. Mi primer movimiento fue dar a conocer los polvorones; salí a compartir de casa en casa y esa misma noche tuve ventas. Me parece que aquel día marcó un antes y un después de la chica desempleada guardada en casa a esta emprendedora que hornea hasta en domingo.
El negocio –como es de esperar– ha ido cambiando en procesos, materia prima, menú y precios, pero lo que sigue igual es mi ímpetu por aprender; le doy vuelo a mi creatividad ya sea preparando recetas, dando forma a un pan, haciendo un posteo original en redes sociales y cualquier otra actividad relacionada a hacer pan y postres.
Tengo mucho que agradecer a tantas personas; hice menciones en redes por semanas a quienes me han ayudado, pero luego el trabajo me rebasó. Pero espero que sepan que no me olvido de quienes me han tendido la mano y la mejor manera que encuentro de mostrar gratitud es poniendo todo mi empeño para que valga la pena el esfuerzo conjunto.
Nunca antes me consideré buena vendedora, pero en tiempos en los que te encuentras encerrada sin que nadie vea lo que estás haciendo, te entregas con dedicación al mundo digital, para ser visible y ponerte en el mapa de la nueva realidad. La Tante vende en línea y existe por ahora en redes sociales, aunque no descarto un día atender en persona a mis clientes en una linda y bien equipada panadería.
A un año de haber salido con mi canasta a regalar polvorones, lo que puedo resumir de este primer aniversario es que La Tante me hace ver mi creatividad, me reta a saber del negocio desde varios ángulos; me acerca a vecinos, familia y amigos por la feliz excusa de compartir el pan.
Hoy no dedico mi texto a otras personas, hoy se lo dedico a mi intuición. Mi mente lo arregló todo para cambiar de oficio, lo cual me compró un par de pilas nuevas.