De reportera a repostera

Un día piensas que tu futuro está grabado en piedra, que porque estudié tal cosa, porque llevo muchos años haciendo lo mismo, porque es para lo que soy buena. ¡Bah! Ninguno de esos argumentos resiste al cambio avasallador de una crisis y menos una como la que estamos viviendo.

Yo soy Shantale, nací en Villahermosa, crecí en La Ciudad de México y en 2019 me mudé con mi esposo a Calimaya, Estado de México, porque ahí nos llevaron nuestras decisiones y la cosa es que al llegar no tenía amigas ni familia cerca, solo estábamos los dos y luego llegaron nuestros dos gatos.

Me apasionan la comunicación, los idiomas, los refranes y los dichos populares, y hasta antes del parteaguas del 2020 trabajaba como redactora y traductora freelance. Colaboré por años en editoriales y agencias, pero en marzo que comenzó el confinamiento en México, entregué el que ha sido mi último proyecto de traducción. Recuerdo esos primeros días en que no ocurría nada, como si la pelota se hubiera quedado suspendida en el aire y la humanidad mirando al cielo esperando su caída.

Descubrí que se puede ser creativa de muchas maneras. (Foto: Creative Commons)

Después de unas semanas de victimismo absurdo –porque seamos honestos: estoy viva, sana y hasta me tocó estar guardada en una linda casa–, mi mamá me anotó en una clase de panadería por Zoom y la tomé. La verdad es que esa primera vez fue un tanto caótica, la velocidad en la que avanzaba el chef no era la mía, la transmisión se interrumpía constantemente porque el internet no daba para más y eso me retrasaba en los pasos. Aún así, esa noche en la merienda hubo pan recién hecho. Volví a sonreír.

No había considerado ser mi propio Community Manager y es divertido. (Foto: Creative Commons)

Busqué cursos en línea, tutoriales en redes sociales para probar recetas y mi sorpresa fue que no solo había mucha oferta, sino que me gustaba cada vez más hornear. En casa dejamos de comprar pan desde marzo. Con el boom de #apoyaelcomerciolocal comencé a vender entre vecinos, a quienes no conocía en persona, solo por chat y fue una buena decisión porque conocí a maravillosas personas y generé ingresos.

Di el siguiente paso y emprendí como microempresaria. Elegí el nombre: La Tante (que significa ‘la tía’ en alemán), porque así me dice mi sobrina y me pone contenta. Una buena amiga me ayudó con el logo, un vecino imprimió las etiquetas y se volvió real. Ahora sí, ¡a hornearle mija! Construí las redes sociales, porque para que te compren algo primero tienen que saber que existes. Todo arrancó la primera semana de abril y desde entonces no hay día que no trabaje en algo relacionado con La Tante.

Desde marzo he creado miles de piezas, ya hasta perdí la cuenta. (Foto: Creative Commons)

He horneado más de mil galletas, como polvorones, bolitas de nuez, linzers, chocochips y marranitos de piloncillo; cerca de 300 piezas de pan entre bollos blancos con frutos rojos e integrales a las finas hierbas, panes de caja (natural, de ajo y cúrcuma, de cebolla, de betabel, de espinaca, de zanahoria y de cerveza) y panqués (de plátano, nuez, miel, camote, calabaza y marmoleado).

Tengo una red de colaboradores que me ha apoyado de numerosas maneras, pero he crecido porque no he quitado el dedo del renglón. Aprendí que se puede aprender otro oficio y que puedo crear algo nuevo y darle forma, como la vida misma.

Algunos de mis panes han viajado cientos de kilómetros; de hecho, un panqué de plátano viajó a Villahermosa –quizá ya leyeron ese texto–, porque uno de los mayores placeres de hornear no solo es crear, sino también compartir.