Ennio Morricone: la leyenda más allá del spaghetti western

El amor por el cine llega de muchas maneras y a diferentes edades. En el caso muy particular de quien esto escribe, mi obsesión por el Séptimo Arte llegó, más que por las imágenes, por la música. Desde que recuerdo, tengo una obsesión por ver imágenes proyectadas en una pantalla, pero con música. De hecho, fue a los 8-9 años cuando me enamoré más del soundtrack de una película que de ella misma cuando mis papás me compraron la banda sonora de King Kong, la versión de 1976 producida por Dino de Laurentiis y cuyo score estuvo a cargo del que considero uno de los tres más grandes compositores de la historia del cine: John Barry.

Un año después, como a toda una generación, mi cabeza explotó – y mi vida cambió- con las primeras imágenes de dos naves que se perseguían en el espacio, arropadas con los acordes compuestos por el que es, ha sido y será, mi compositor favorito: John Williams.

Pero mucho antes de tener cierta conciencia de Barry o de Williams, ya fuera la radio, la televisión o los discos de mis familiares adultos me habían hecho escuchar y tararear, sin saber de qué diablos se trataba, una melodía silbada que, años después, me enteraría que se trataba de la música de una película que se llamaba El Bueno, El Malo y El Feo. Pero no sabía más. Ni de quien era, ni de qué trataba nada. Simplemente era una melodía que machacaba mi cabeza y que reconocía, pero jamás me pregunté en ese entonces quien la había compuesto.

Ese fue mi primer contacto con la música de Ennio Morricone.

conociendo aL MAESTRO

Seguramente habré escuchado más de él en la radio, sin querer, pero para ese entonces mi obsesión por Star Wars era total. No fue sino hasta cinco años después, en 1982 y ya en plena adolescencia cuando vi The Thing, de John Carpenter, que el nombre del maestro italiano comenzó a hacerse más evidente en mi vida y gustos cinéfilos. En 1984, una película que pasó sin pena ni gloria, Red Sonja, volvió a poner mis oídos y atención en la música de Morricone.

Pero como seguramente le ocurrió a muchos de mi generación, lo terminé de descubrir en toda su gloria gracias a una de sus obras maestras, La Misión, en la que las percusiones, los oboes y los coros de su obra se convirtieron en un personaje más de la película y elevaban a niveles -obviamente- religiosos, pero de gran introspección y recogimiento, la labor del personaje interpretado por Jeremy Irons.

Sin embargo, el maestro Ennio se convirtió en parte de mi «trinidad» de compositores (junto con Barry y Williams) en 1987, gracias al score de la estupenda versión de Brian De Palma a una de mis series favoritas de la infancia: Los Intocables. Desde los primeros acordes del inquieto piano y la misteriosa armónica en The Strength of the Righteous, pasando por el suspenso de Waiting at the Border, la ternura de la flauta que acompaña a Ness and his Family, el heroísmo y la hermandad de The Untouchables o, por supuesto, la maravillosa Machine Gun Lullaby, que acompaña a la inolvidable secuencia de la persecución en la estación, con la carriola bajando por la escaleras, Morricone simple y sencillamente me cautivó.

Ese trabajo fue el que me llevó a conocer mucho más de la obra del maestro italiano, quien un año después compondría uno de los mejores scores en la historia, uno lleno de nostalgia, romance y ternura con el que es imposible no soltar más de una lágrima por el respeto y amor que presenta tanto para su personaje principal, Toto, como para lo que significa el cine: Cinema Paradiso.

De ahí siguieron otros trabajos, como ¡Átame!, de Almodovar; Bugsy, de Barry Levinson; In the Line of Fire, de Wolfgang Petersen; Wolf, de Mike Nichols; la versión de Adrian Lyne de Lolita; así como las increíbles La Leyenda de 1900 y Malena, ambas de Giussepe Tornatore, trabajos que fueron cimentando en mi gusto fílmico el respeto y admiración por su trabajo.

INOLVIDABLE CONCIERTO EN LA CDMX

A John Barry nunca lo pude ver en vivo, pero en 2004 hice realidad uno de mis grandes sueños al ver en en Lincoln Center de Nueva York a John Williams. Sin embargo, me faltaba disfrutar en directo del arte del maestro Ennio. El martes 27 de mayo de 2008, en la única ocasión que se presentó en la Ciudad de México (no le gustaba viajar, y aunque daba muchos conciertos en Europa, de este lado del Atlántico era una rareza que lo hiciera), pude ser testigo en el Auditorio Nacional del por que es considerado uno de los mejores compositores de la historia.

Y no me refiero a él sólo como músico para cine, y mucho menos quiero encasillarlo como como compositor de «spaghetti westerns» (término que, por cierto, él odiaba), sino como compositor en toda la extensión de la palabra. Porque eso fue Ennio Morricone: el creador no sólo de un estilo inigualable, sino de cientos de obras cuya complejidad y riqueza musical quedarán para la posteridad como una muestra de su enorme y legendario talento.

HOLLYWOOD, A SUS PIES

De manera increíble y vergonzosa, la Academia de Cine de Hollywood nunca le había otorgado un Oscar por su trabajo (le dieron uno Honorario en 2007), hasta que volvió al género que lo hizo famoso en todo el mundo, el Western, con la película The Hateful Eight, de Quentin Tarantino.

Ese año (2016), tras una gran labor de campaña realizada por el propio Tarantino y por, nada más y nada menos que su colega y amigo John Williams, el Maestro Morricone por fin fue reconocido con el Oscar a Mejor Música Original. Tarde, y no por una de sus obras más memorables, pero Hollywood por fin se rindió a los pies de uno de sus grandes artistas.

Por eso su partida de este plano existencial, el 6 de julio de 2020, a los 91 años de edad, marca el final de toda una época, un día que quedará inscrito como uno de los más tristes en la historia del cine y el arte en general. Mi corazón cinéfilo ha perdido la mitad de su ser, y las palabras no son suficientes para describir el pesar que me embarga tras la partida del Maestro, quien describió a la música como energía, espacio y tiempo; no como una ciencia, sino como una experiencia.

Jamás habrá otro igual, y ni el cine, ni el arte, ni la vida serán lo mismo sin él. Pero su obra, como la de las grandes leyendas, ya es inmortal.

Gracias por tanto, Maestro.

Descansa en paz.