¿Hasta donde es capaz de llegar una familia para salir adelante, sin importar las consecuencias de sus actos? Así, de manera sencilla, se puede describir la trama principal de una de las cintas que más ha dado de qué hablar en los últimos meses y que es una de las fuertes candidatas en la competencia por el Oscar a Mejor Película.
Parasites, cinta sudcoreana dirigida por Bong Joon-ho, ha sorprendido a propios y extraños básicamente porque hace lo que el Hollywood de Marvel y de las fórmulas probadas no se atreve a hacer: innovar y experimentar, atreverse. En una época en la que Disney ha logrado que la mayor parte del cine comercial sea “segura”, políticamente correcta y apegada a historias que hacen de todo menos atreverse a ser diferentes, el filme de Joon-ho se convierte en una bocanada de aire fresco que se agradece… hasta que Hollywood se le ocurra hacer el remake, lo cual pasará tarde que temprano.
El filme muestra la historia de una familia coreana de clase proletaria, los Kim, quienes viven en un sótano infestado de animales, robando la señal de wifi de sus vecinos y prácticamente a la deriva, económicamente hablando, gracias a un sistema que les da muy pocas oportunidades para salir adelante y que los ha llevado a adoptar esa forma de vida, de tal manera que la pobreza parece no afectarles mucho, al menos en el exterior.
El padre, Ki-taek (Kang-ho Song) y la madre, Chung-sook (Hyae Jin Chang), están desempleados y sin aparentemente sentir mal al respecto. Su hijo, Ki-woo (Woo-sik Choi), sueña con ir a la Universidad para tener una mejor educación que se traduciría en una mejor vida, mientras que su hermana Ki-jung (So-dam Park), es sumamente inteligente, pero bastante cínica.
Entre todos, van armando un plan con el que poco a poco se van metiendo dentro de la vida de una familia rica, que los contrata como chofer, ama de llaves y maestros de sus dos hijos, respectivamente. Su plan de estafar a la familia pudiente va teniendo éxito hasta que se descubre la existencia de un sótano -que más parece un búnker- secreto en la mansión donde trabajan. Lo que encuentran ahí cambiará su plan, y sus vidas, para siempre.
La gran fortaleza de Parasites es su guión, el cual juega con el espectador y va brincando de un género a otro, en cuestión de segundos, sin perder la perspectiva de sus personajes ni de la narrativa general que quiere contar. Empieza como una comedia de humor negro que bien podría ubicarse en cualquier país, particularmente en México (por aquello del ingenio para inventar cosas y salirse con la suya), pero en cuestión de minutos se convierte en un profundo drama con toques de thriller cuya resolución es, por decir lo menos, inesperada.
La crítica social que realiza Joon-ho puede ser muchas cosas, pero principalmente es cercana. Lo que ocurre con los Kim es lo mismo que sucede con miles de familias mexicanas, tailandesas, argentinas o de la nacionalidad que sea: el sistema los obliga a inventar engaños y esquemas con los cuales poder conseguir dinero para subsistir, sin que de entrada piensen en las consecuencias que podría tener esto no sólo para sus vidas, sino para la de quienes los rodean y, más particularmente, de aquellos de quienes están consiguiendo el dinero.
La secuencia más impactante del filme no es una con efectos especiales, sino una muy sencilla en la que una lluvia torrencial puede tener un impacto y significado diferente dependiendo del estatus social. Para los ricos, representa el tener que regresar de un campamento y tener que cancelar sus planes para festejar el cumpleaños de uno de sus hijos, mientras que para los menos afortunados representa el drama de una inundación que los deja sin pertenencias, y con un sentimiento de impotencia que más temprano que tarde sale a flote, llevando en particular a uno de los personajes a tomar una decisión basada en el hartazgo y en la decepción de ver cómo los que tienen recursos son incapaces de valorarlo y se dejan llevar por lo superfluo de una vida sin necesidades de supervivencia.
Más allá de si Parasites está bien actuada (el trabajo del elenco es impecable), o técnicamente es virtuosa (la fotografía y edición son de primer nivel), es ese ir y venir entre géneros –que se convierte en un ir y venir de emociones-, sin perder el hilo conductor, lo que la hace sobresaliente, además de que prácticamente no toma partido por ningún bando.
Es decir, existen los ricos y los pobres, pero cada personaje de ambos lados del espectro no está desarrollado en blanco y negro, sino en una gama de grises que los convierten en seres humanos reales, con motivaciones y formas de proceder creíbles. Si bien su final es un tanto anticlimático, Parasites juega con una narrativa que envuelve al espectador y lo mete de lleno en un mundo tan real como el que existe con simplemente asomarse a la ventana. En ello radica su valor, además de demostrar que, inevitablemente, todas las decisiones que se toman en la vida tienen consecuencias.
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