¡Gracias, Pepe!

La muerte de José José no es precisamente inesperada, pero duele. Con una salud deteriorada desde hace años como consecuencia del cáncer, aunado a toda una vida llena de triunfos, fracasos, excesos, momentos de gloria y enfermedades que lo han convertido en leyenda, el bien llamado Príncipe de la Canción ya puede, por fin, descansar en paz.

Durante más de 22 años como periodista me encargué de reportar decenas de muertes de famosos, de los cuales soy admirador de varios de ellos (Gustavo Cerati, Michael Jackson, Whitney Houston, etc.), lo que hacía más difícil elaborar las notas relacionadas con su fallecimiento, pues debía mantener la objetividad profesional y no dejarme llevar por el corazón.

Durante esos años, siempre dije que había dos figuras de las cuales no quería tener que reportar su muerte porque me iba a doler mucho, ya que forman parte importantísima de mi vida en más de un sentido.

Una de ellas era José José.

Este texto no pretende hacer un recuento de su carrera (para ello están ya decenas de notas publicadas por diversos colegas periodistas), sino convertirse quizá en una carta de agradecimiento para expresar el por qué su partida me ha dejado un enorme vacío.

A finales de la década de los años 70, lo único que sabía de José José era a través de mi familia. Decían que era un muchacho con una voz privilegiada, que cantaba como pocos y que había conquistado a todo mundo en un concurso de música (que después se convertiría en el Festival OTI) con una canción que se llamaba El Triste y que ni siquiera había ganado, pues quedó en tercer lugar. Pero que había sido tal su interpretación que se convirtió en el rey sin corona.

Después, por 1977, mientras mi mente de 10 años de edad estaba ocupada viviendo aventuras en una galaxia lejana, muy lejana, en la radio nacional sonaba insistentemente una canción titulada Gavilán o Paloma. A esa edad, difícilmente entendía el concepto real de la letra, pero me llamaba la atención la forma como era cantada.

Y es que esa fue quizá la mayor cualidad de quien en la vida real se llamaba José Rómulo Sosa Ortiz: seducir y lograr entrar hasta las entrañas emocionales de quien lo escuchaba ya fuera para tomar su corazón y aliviarlo de una decepción amorosa, o para hacerlo comprender que el amor era algo sumamente complejo y, al mismo tiempo, doloroso pero inspirador.

En otras palabras, José José fue mi maestro de amores. Su voz y lo que transmitía con la misma me hicieron ir aprendiendo que el amor puede ser algo lindo, honesto y a veces hasta casi ingenuo, pero también algo brutal, sexual y que te puede destruir por dentro… o salvarte la vida.

Eso hicieron las interpretaciones de José José conmigo: me salvaron la vida emocionalmente no una, sino muchas veces. La manera en que era capaz de darle vida a las palabras escritas por grandes compositores como Roberto Cantoral, Napoleón, Juan Gabriel, Rafael Pérez Botija o Manuel Alejandro, se convirtieron en un bálsamo emocional que canté, lloré y viví durante la que quizá fue la etapa más complicada de mi vida.

A lo largo de mi carrera como periodista he tenido la oportunidad de conocer y entrevistar a grandes estrellas del entretenimiento. Pero la primera superestrella que aprecié y que vi en vivo fue a José José. Como regalo de 15 años, allá por 1982, me llevaron a verlo al lugar que en ese momento era la catedral que sólo pisaban los grandes: El Patio.

Si la memoria no me traiciona, después de su concierto tuvimos la oportunidad de saludarlo personalmente de manera muy breve, gracias a la intervención de uno de sus músicos, quien era un tío lejano por parte de mi papá. Ese fue mi primer contacto real con una superestrella.

Por ello cuando José José acabó hospitalizado ese mismo año, yo estaba profundamente preocupado por su salud, pues no quería que alguien que era importante para mí fuera a morir. Tanta era mi preocupación que investigué a través de la Sección Amarilla el teléfono del hospital donde estaba y, haciendo mis pininos en el periodismo, llegué a hablar con alguien cercano de su equipo. Yo solamente quería saber cómo estaba y hacerle llegar buenos deseos para su pronta recuperación. De ese nivel era la importancia que tenía «Pepe Pepe» (como le decía mi mamá) para mí.

Durante el resto de la década de los años 80 y la mitad de los 90, cada que salía un disco suyo era todo un acontecimiento para mí. Al ir creciendo en edad y en experiencias de vida, cada disco de él lo esperaba con ansias para descubrir qué es lo que tenía que decir acerca del amor y aprender de ello… o encontrar consuelo para cuando me rompían el corazón.

Su voz, sus interpretaciones, siempre han estado conmigo desde los primeros días de los amores platónicos, pasando por las primeras chicas que me gustaban y a las que no me atrevía a hablarles, hasta los primeros intentos de noviazgo y las varias veces que mi corazón se hizo pedazos.

Aprendí acerca del amor gracias a José José, y uno de los mejores momentos que recuerdo de él fue cuando estaba de novio con una bella chica a la que le canté muchas de las canciones de Pepe. Esa chica ha estado conmigo desde hace casi tres décadas y es mi esposa desde hace 20 años. Fue José José quien me ayudó, de una manera u otra, a superar los desamores del pasado y a terminar de conquistar a mi compañera de vida. Nadie fue mejor para expresar mis sentimientos hacia ella que él.

Los años pasaron y los intereses cambiaron, pero si algo siempre ha sido una constante en mi vida es el cariño y respeto que tengo por José José. Me dolía cada vez que leía una noticia acerca de que estaba mal de salud, o de que si había recaído en el alcoholismo o que si tenía problemas de dinero o con su familia. Dolía, pero para mí Pepe Pepe siempre estaba por encima de todo eso. Celebré todas y cada una de las veces que caía y se volvía a levantar, pues siempre creí que era una persona generosa y profundamente humana que no merecía eso, sino ser feliz. Si a mí me hacía feliz, ¿por qué él no lo podía ser?

Hace unos años tuve contacto con su hija Marysol, con quien tengo una amistad en Twitter, pues estaba preocupado nuevamente por su salud. Me agradeció las atenciones y demás, y le expresé que aunque nunca tuve la oportunidad de volverlo a ver en persona después de esa noche de 1982 en El Patio, José José se convirtió en parte de mi vida, de mi familia. Si llevo canciones y emociones tatuadas en el alma y que ya forman parte de mi ADN, son las de él.

¿Y cómo no iba a ser así si emocional y románticamente aprendí gracias a sus canciones? No puedo imaginar ni mi vida, ni al mundo, sin la voz de José José. Y sé que como yo deben sentirse miles de personas. Apenas recién descubrí muchos aspectos de su vida gracias a la serie José José El Príncipe de la Canción (con una inolvidable e impresionante actuación de Alejandro de la Madrid), y logré llegar a conocerlo todavía mejor. Por eso duele su partida.

Por eso esta especie de carta póstuma es para darte las gracias, Pepe. Gracias porque tu voz y tu emoción me hicieron aprender, muchas veces con lágrimas de por medio, acerca de qué es el amor, cómo vivirlo, cómo transmitirlo y cómo expresarlo. Mi vida emocional no sería la misma de no haber tenido forma de significar mis emociones a través de tus canciones.

Como expresas en uno de tus temas icónicos, hoy mi playa se viste de amargura porque tu barca tiene que partir. Hoy te has ido después de una larga agonía que no merecías, pero ya puedes descansar en paz.

Gracias por formar parte de mi vida. Para mí siempre tendrás la voz de un príncipe, pero el corazón de un rey.

¡Hasta pronto, Pepe!