A la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood le tomó 20 años comenzar a reconocer que el cine realizado en otros países tenía una altísima calidad, por lo que en 1947 instituyó la categoría de Mejor Película Extranjera, galardón que ha visto desfilar a cintas que, con Oscar ganado o no, se han convertido en clásicos del cine y referencia para una innumerable lista de cineastas y actores que las han tenido como fuente de inspiración.
Filmes como El Ladrón de Bicicletas (Vittorio De Sica, 1949), Rashomon (Akira Kurosawa, 1951), La Strada (Federico Fellini, 1956), Un Hombre y una Mujer (Claude Lelouch, 1966), Z (Costa Gravas, 1969), Ese Oscuro Objeto del Deseo (Luis Buñuel, 1977), El Tambor de Hojalata (Volker Schlöndorff, 1979), Fanny y Alexander (Ingmar Bergman, 1983), La Historia Oficial (Luis Puenzo, 1985), Cinema Paradiso (Giuseppe Tornatore, 1989), La Vida es Bella (Roberto Benigni, 1998), El Tigre y el dragón (Ang Lee, 2000), Amores Perros (Alejandro González Iñárritu, 2000), Amélie (Jean-Pierre Jeunet, 2001), Hero (Zhang Yimou, 2002), El Laberinto del Fauno (Guillermo del Toro, 2006) o Roma (Alfonso Cuarón, 2018), entre muchos otros, son una clara muestra de que hay cine más allá de la llamada Meca del Cine y que debe ser reconocido.
Sin embargo, ninguna película extranjera (o en un idioma que no fuera el inglés) había ganado el reconocimiento a Mejor Película. Lo más cercano había sido El Artista (Michel Hazanavicius, 2011), producción francesa en blanco y negro, pero muda (primera película no hablada en ganar el Oscar desde Wings en 1929).

Hasta que llegó Parasite.
Tras haberse presentado en el Festival de Cannes del año pasado y ganar de manera unánime la Palma de Oro, el filme sudcoreano dirigido por Bong Joon Ho poco a poco se fue convirtiendo en un fenómeno que provocó que, por primera vez en los 92 años de historia de la Entrega del Oscar, por fin ganara una producción no hablada en inglés el premio a Mejor Película.
El voto de los más de 8 mil miembros de la Academia hollywoodense que le dio el triunfo a Parasite (un filme que, además, tiene los merecimientos para haber ganado: un guión que brinca de un género a otro sin recato y con valentía, estupendo trabajo actoral y una inspirada dirección, así como un enfoque social que es aplicable en cualquier parte del mundo) significó un giro de 180 grados respecto a lo ocurrido hace un año, cuando una película casi de arte como Roma parecía la destinada a llevarse el premio mayor, pero se decidió premiar a un trabajo menor y mucho más conservador como Green Book.
Durante décadas, la entrega del Oscar era una fiesta en la que la industria de Hollywood se premiaba a sí misma, sin importar que la ganadora a Mejor Película tuviera o no los merecimientos. Era una fiesta del Club de Toby, a la que se invitaba a los primos británicos casi siempre, y en la que las mujeres casi no tenían participación y mucho menos las minorías (realizadores y artistas negros o latinos, integrantes de la comunidad LGBT, etc).
Pero todo eso comenzó a cambiar, particularmente, desde 2005, cuando Ang Lee se convirtió en el primer cineasta asiático en ganar como Mejor Director por Brokeback Mountain. A ello le siguieron tímidos intentos de ir evolucionando y reconocer el talento de otros países en las categorías grandes, o de otros géneros (Kathryn Bigelow siendo en 2009 la primera mujer – y única hasta la fecha- en ganar como Mejor Directora por The Hurt Locker).
A partir de 2012, el cambio se aceleró: Lee ganó nuevamente (por Life of Pi), y para 2013 se reconoció el talento ni solamente de un cineasta latino, sino mexicano, cuando Alfonso Cuarón obtuvo la estatuilla por Gravity. A partir de entonces, en los últimos 8 años, solamente un director estadounidense o británico ha ganado la estatuilla (Damien Chazelle en 2016 por La La Land). Cuarón lo volvió a ganar el año pasado por Roma; Alejandro González Iñárritu obtuvo dos en fila (en 2014 y 2015 por Birdman y The Revenant, respectivamente); Guillermo del Toro en 2017 por The Shape of Water, y ahora Bong Joon Ho por su trabajo de 2019, Parasite (que además, ganó el premio a Mejor Película Internacional, nuevo nombre que se le dio a la categoría de Mejor Película Extranjera)

Las razones por las que se premió a Parasite son muchas, comenzando por supuesto por su calidad como filme. Pero es un hecho también que el camino labrado por los cineastas mencionados arriba, la presión de redes sociales o el reflejo de la cada vez más amplia diversidad de votantes que tiene la Academia estadounidense, influyeron para que por fin se atreviera a dar quizá el paso más importante en su historia, uno que, al mismo tiempo, le propinó una derrota muy importante al sistema de Hollywood.
De 2008 a la fecha, prácticamente el mundo del cine en Hollywood se ha vivido bajo una sola regla: la de Disney y su probada fórmula para generar carretadas de dinero, buenas críticas y asegurar un espectáculo bien hecho, como lo ha demostrado con sus producciones de Marvel y Lucasfilm. Pero como mencionó Martin Scorsese hace unos meses, eso no es cine, sino un espectáculo equivalente a recorrer un parque de diversiones. Es decir mucha forma y poca sustancia.
La declaración de Marty dividió opiniones, pero parece que también fue un aviso de lo que estaba por venir, pues con el triunfo de Parasite, los miembros de la Academia le están gritando al mundo que prefieren el fondo sobre la forma, que el cine es mucho más que efectos especiales y que debe tener el ingrediente personal, como bien lo dijo Joon Ho en su discurso de agradecimiento cuando ganó como Mejor Director.

Esta vez no ganó el Hollywood que se ha convertido en una fría máquina de generar dólares en taquilla. La ganadora no fue una producción de uno de los grandes y tradicionales estudios, sino una cinta que se atreve a romper esquemas y que apela justo a la parte personal, a la de contar una historia que recuerda que el cine es y debe ser universal. Esa lección la debe tomar la industria de Tinseltown como aprendizaje.
Uno de los más grandes pasos ya se dio. Faltan muchos otros, pero el primero ya se tomó. El triunfo de Parasite como Mejor Película de 2019 representa dos cosas: la primera, una gran noticia para todos los cinéfilos que aprecian el Séptimo Arte sea de donde sea; y la segunda, una fuerte derrota para Hollywood, que esperemos sirva, al mismo tiempo, como ese pretexto que lo lleve a hacer mejor cine en los años por venir. Ojalá el impulso perdure y sigamos viendo ganar películas de diferentes países, culturas y estilos, y que la Academia no recule dentro de un año. Por el bien del cine, esperemos que así sea.
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