Hollywod siempre ha sido una fábrica de sueños, pero también de falsedades, de estrellas que se convierten en productos para vender, al precio que sea, mientras sean rentables. Así, la imagen pública de centenares de artistas que han desfilado por la pantalla grande no tiene nada que ver con su vida real, con quienes en realidad son.
Quizá uno de los ejemplos más claros de ello sea Judy Garland, la legendaria “novia de Estados Unidos”, la imagen de la esperanza y la candidez que cautivó al mundo entero al dar vida a Dorothy Gale en El Mago de Oz y que después se convirtió en una superestrella por derecho propio, aunque a un costo altísimo.
Garland fue mucho más que una niña actriz. Gracias a su versatilidad, fue una de las más grandes estrellas de su tiempo, pues tenia el talento que la convertía en lo que se llama una triple threat o triple amenaza, es decir, una artista que cantaba, bailaba y actuaba. Fue nominada dos veces al Oscar: una como Mejor Actriz por su trabajo en A Star is Born (1954) y como Mejor Actriz de Reparto por Judgement at Nuremberg (1961), y fue la primera mujer en ganar el Grammy de Album del Año, por su grabación en vivo de 1961 Judy at the Carnegie Hall.
En la historia de la llamada Meca del Cine, pocas estrellas han brillado como lo hizo Garland, cuyos últimos años de vida estuvieron plagados de deudas, dependencia a medicamentos prescritos y la eterna búsqueda de amor, de un sentido de pertenencia que la llevó a tener cinco esposos, tres hijos (una de ellas la igualmente talentosa Liza Minnelli), así como trastornos mentales que fueron minando su salud, la cual terminó de manera accidental a la edad de 47 años, por una sobredosis de barbitúricos en Londres.
Justo los últimos meses de su vida son los que retrata Judy (Rupert Goold, 2019), una biopic basada en la obra teatral End of the Rainbow, que muestra la lucha que tenía Garland (Renée Zellweger, en el papel de su vida) con sus demonios internos, así como serios problemas financieros que provocaron que tuviera que mudarse a Londres para ofrecer una serie de shows, cuyo precio fue separarse de sus dos hijos pequeños, Lorna y Joey, producto de su matrimonio con su tercer marido, Sidney Luft.
A través de flashbacks que muestran momentos de la vida de la jovencita Garland (Darci Show) en la época de El Mago de Oz, el filme señala al viejo “sistema de estudios” y, en particular, al productor Louis B. Mayer (Richard Cordery), como responsables de los desórdenes alimenticios y la baja autoestima que padecía la actriz, así como de su dependencia a pastillas de todo tipo, pues tenía prohibido engordar durante el rodaje de Oz.
Goold, su realizador, es el director artístico del Almeida Theatre inglés, razón por la que la historia está contada en un tono por momentos muy teatral, por lo que de repente su ritmo no es el usual de una biopic y eso la hace tener ciertos altibajos, razón por la que no tuvo un mayor impacto a la hora de las nominaciones al Oscar.
Sin embargo, Judy es de esas películas que viven o mueren por el trabajo de su estrella principal, y en ese sentido, Zellweger brilla como pocas actrices de su generación. Con 50 años de edad, y una carrera que incluye un Oscar como Mejor Actriz de Reparto por Cold Mountain (2003), así como inolvidables muestras de su talento en filmes como Jerry Maguire (1996), la trilogía de Bridget Jones (2001, 2004 y 2016), Chicago (2002) o Nurse Betty (2000), la nativa de Texas se reinventa no imitando a una madura Judy Garland, sino convirtiéndose en ella.
Adoptando la postura física de una Garland cansada y con mala nutrición, así como sus gestos y miradas, el trabajo de Zellweger va mas allá de la simple imitación. Pero donde realmente brilla de manera impresionante es cuando interpreta a Garland la artista, la que se sube al escenario y cautiva a todos con su talento y voz. Renée ya había demostrado su capacidad para el canto y el baile en Chicago, pero para poder dar vida de manera más que creíble a Garland adoptó el tono de voz más grave, cansado pero potente, de la legendaria actriz en sus últimos años.
Es ahí en particular, en los números musicales del filme, en los que Zellweger se ganó la nominación al Oscar de este año y por los que ha ganado varios premios. Si bien su trabajo como Judy fuera del escenario es emocionalmente poderoso, es arriba del mismo, cuando canta y transmite esperanza y dolor al mismo tiempo, donde saca a relucir todo su talento y muestra que, más allá de haber sido una cara bonita al inicio de su carrera, ha adoptado la madurez con una gran dignidad.
Judy es, en términos generales, el ejemplo perfecto de una cinta que es buena a secas, pero en la que el talento y entrega de su protagonista principal la elevan a otro nivel. Es un filme que trata de hacer justicia a los últimos meses de vida de Judy Garland, quien fue mucho más que la legendaria actriz que hizo creer a varias generaciones que la felicidad está más allá del arcoíris. La última frase del filme es “¿No me van a olvidar, verdad?”. Gracias a un fenomenal trabajo de Renée Zellweger y lo que significó Judy Garland, esta última seguirá siendo inmortal.
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